De todas las situaciones surrealistas que vimos en la constitución del Congreso de los diputados de Madrid, la de los dos besos que el conseller y preso político Josep Rull le dio a Inés Arrimadas nos dejó desconcertados y nos obliga a la reflexión.
Si le hubiera dado dos tortazos, todos lo hubiéramos entendido y no haría falta ninguna explicación, pero le dio dos besos.
Inés Arrimadas es una de las personas que más discursos de odio ha realizado contra los presos políticos catalanes, sin pizca de compasión ni empatía. Y no solo discursos, sino acciones vandálicas de destrucción de símbolos para la libertad de los presos y también actos de provocación cruel en zonas donde son muy queridos, buscando una respuesta violenta que milagrosamente nunca ha conseguido.
Hay que recordar continuamente que el delito cometido ha sido organizar un referéndum, lo que debería ser práctica habitual y protegida en una democracia. Ese es el delito que tanto odio inspira a Inés Arrimadas. Y Josep Rull le da dos besos después de pasar año y medio preso y antes de volver a la cárcel. Así empezamos a entender lo que es la noviolencia de la que tanto hablamos, y es que seguimos siendo aprendices de no-violencia como decía Gonzalo Arias mientras otros como Josep Rull empiezan a ser maestros.
Ese gesto, esa grandeza, nos dignifica y, lo que es mejor, nos asegura la victoria porque con estos dirigentes la república catalana será, seguro, una realidad. Hay que creer que el amor, más pronto o más tarde, vence al odio, pero el amor no es una teoría sino una práctica, y con esa práctica debemos conseguir su liberación.
Hay que recordarlos continuamente, hay que reivindicarlos y pronto poderles dar un abrazo en libertad. Eso es trabajo de todos, igual que la dignidad.